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ESCRITOR EN LAS MONTAÑAS

LAS ESTRELLAS BRILLAN EN LO ALTO-Mi primer relato oficial

LAS ESTRELLAS BRILLAN  EN LO ALTO-Mi primer relato oficial  Mi nombre es Alonso Álvarez, uno más de los capitanes de la 250ª División de Infantería que fue destinada a Leningrado. El principio de mi historia se remonta a dos años atrás, entre una multitud de gente que se agolpaba frente a un bando del Generalísimo en una fachada de Barcelona, desde la cual resonaba una voz: “La guerra de España, en que la barbarie comunista clavó sus garras en nuestro territorio segando la vida de nuestros mejores, tiene hoy su continuación en las estepas rusas donde la División  Azul de voluntarios Españoles da una muestra viril del valor de la raza con su aportación a la destrucción del bolchevismo…”Durante los siguientes meses, las salas de reclutamiento se llenaron, hasta alcanzar suficientes unidades como para formar una división entera. El 13 de Julio de ese mismo año, partió desde Madrid un tren con los soldados españoles hacia Baviera, de la cual posteriormente caminaríamos hasta el frente de Leningrado (la actual San Petersburgo). La primera vez que vi a Manuel fue en el tren, cuando arengaba a las tropas y les mostraba cuál debía ser su comportamiento allí. Aún así, obtuve información por medio de mis superiores de sus andanzas y de sus inclinaciones políticas, nocivas para el gobierno. Debía tener cuidado, según me aconsejaron, pues yo comandaría los reclutas conflictivos, expresidiarios, rojos, etc, y eso haría. No permitiría la menor relajación en el cumplimiento. Parecía perdido y muy excitado, pero no le presté atención. Varios meses más tarde ya nos encontrábamos en las trincheras.***********************25 de Septiembre de 1943La luna llena invadía el mellado terreno ruso en el  que dormitaba la 250 División de la Wehrmacht, las diez mil bayonetas españolas que apuntaban hacia Rusia. Un escaso terreno de trescientos metros separaba ambas trincheras, rusas de españolas, en las cuales, tiritantes de frío, se procuraban un ligero descanso los entumecidos músculos españoles frente a Leningrado. La llamada “Divisón Azul” se encontraba fuera de sus hogares, y fuera de su país, a millones de kilómetros hacía ya más de dos años; el barro mezclado con la fría nieve era disimulado sobre los grises uniformes de los españoles, que llevaban al estilo alemán. Entre la extensa hilera de apelotonados soldados, apoyados contra la trinchera, se encontraban todo tipo de personas, por fin distinguibles a la luz de la luna (reconfortante para unos, y presagio de mal agüero para otros). Caminando entre toses y estornudos, barro y humedad, me encontré con Manuel Navarro, enviado como yo como refuerzos a las tropas, que cavilaba fusil en mano, el único que saludó a su capitán al pasar junto a él. Verdaderamente, ocurrieron mutitud de sucesos desde aquel dia en el tren hasta aquella noche. Nos miramos mutuamente comprendiendo. Soplaba un helado céfiro del Norte cuando le murmuré acuclillándome sobre él: “Esta noche las estrellas brillan en lo alto…” a media sonrisa. Devolvió el gesto y, presuroso, se levantó recogiendo sus bártulos y desapareció por las casetas de la trinchera.Sí, realmente habían ocurrido multitud de acontecimientos…Las últimas luces de la tarde hacían brillar la espesa capa de nieve que se extendía por todo el frente de la trinchera. A un puñado de metros se encontraba la trinchera bolchevique. A mi lado el gerente alemán susurró algo que me fue traducido por mi particular: “Éste será el último día cálido”.-¿Cálido?-espeté enfundándome aún más en mi mullido abrigo- ¿éste ha sido el día cálido?La pregunta quedó en el aire.Nada hizo suponer el ataque ruso hasta que de improviso todos caímos al suelo con las manos a la cabeza. La explosión de las granadas desestabilizaron a las tropas. Dos segundos después se tocó la corneta y nuestros soldados empezaron a acudir unos tras otros recogiendo las granadas ante los atónitos gerentes alemanes. Frente a la trinchera comenzaron a sucederse explosiones, cada vez más cercanas, levantando tierra, cenizas y nieve. Bajo mis órdenes, las tropas cargaron saliendo al exterior de las trincheras tras colocarse las mascaras antigás. Rápidamente y por acción de las bombas de gas pronto fue difícil ver algo. La línea de ofensiva se mantenía avanzando, yo me encontraba al frente de éstos. Cubríamos un terreno amplio, y en la periferia de la línea oíamos disparos aislados. Las explosiones cesaron momentáneamente. Llevábamos varios meses en trinchera y debíamos avanzar, y ésta era nuestra ocasión. Recorridos una centena de metros nos detuvimos y esperamos cuerpo a tierra. Minutos después la niebla fue disipándose, lentamente, hasta que sonó por el llano, los cargadores enemigos cuando abrieron fuego. ¡Fuego! Las tropas españolas abrieron fuego; la respuesta enemiga no tardó en aparecer y se produjo un cruce de granadas de mano que explosionaron en ambos frentes. Nuestra fila sufrió especialemente graves daños entre la niebla, los gritos y los disparos. A lo lejos se escuchó  el ronco grito de un cañón cuando grité: “¡A las trincheras, retirada, fuego de contención!” A mi orden las 250ª División se irguió y con el fuego tras los pies comenzamos a retroceder. Las tropas alemanas volvieron delante de nosotros mientras les ofrecíamos cobertura. ¡A las granadas!-recomendé-¡Granadas, línea de fuego!Las granadas volaron a su destino y se creó la línea de fuego que necesitábamos. Las tropas volvimos a la trinchera , aún con las explosines tras de nuestras pisadas y la nieve volando por los aires por el cañonazo que oí segundos antes, que impactaba a tierra.-¡Alonso! ¿Qué ocurre?¿Por qué retrocedemos?¡Tengo la segunda ligera esperando! ¿Por qué la dejas aquí?-Nos superan por el momento, cuentan con la artillería, la nuestra tiene más alcance. No saben la posición exacta de la trinchera, cuando estén a tiro no cruzarán de la línea…-¿Preparo entonces los cañones de treinta y siete?-preguntó alejándose- ¡Con ellos podríamos azotarlos y acabar con ellos!...¡ Podemos adelantar los morteros…!-¡Prepara los cañones y morteros! Yo voy con las tropas.Me volví rápidamente a la línea de fusileros:-¡Escuchad!¡Fuego de contención!¡Esperad la ofensiva tras las tres salvas de los treinta y sietes y los morteros, a mi orden al ataque! A lo largo de la trinchera comenzaron a cargar los cañones y el sonido metálico de éstos fue apagado por las continuas explosiones. ¡Alvarez!-escuché-¡Se acercan!Se produjo un silencio, antes de la tempestad. Cada segundo parecía una eternidad; en el instante que vimos unas sombras los bolcheviques abrieron fuego y varios fusileros  españoles de la línea cayeron aniquilados. Antes de que tocara “fuego” los cañones de nuestra línea de artillería retumbaron en la estepa, irguiendo montañas de tierra y nieve sobre el suelo. La línea enemiga se dividió, corrieron unos al frente para zafar los cañones, pero fueron pasto de los fusileros del frente. Entre gritos retrocedieron y sucumbieron a nuestros cañones. La nieve volvió a saltar por los aires en lo que ya se había convertido en una oscura noche. Comenzaron los disparos aislados y saqué a las unidades ligeras: ¡Al ataque!. De nuevo los hombres salieron de las trincheras, disparando los mauser.Recorrimos varios centenares de metros, incluso llegamos a ver una oscura sombra de la ciudad delante de nosotros; mas no pudimos contemplarla mucho tiempo, a la voz de “¡Capitán!” resonaron de nuevo disparos  en el extremo de una cuesta natural, y no pudimos más que retroceder, muy a mi pesar: “¡Nos están machacando, retirada!”.Sobre la ensenada se agrupaba el grueso de las tropas de contraataque, tan sólo visibles por un ligero resplandor proveniente de la retaguardia enemiga. Las ametralladoras enemigas habían avanzado, y el suelo se plagó de cuerpos. Los hombres restantes corrimos hacia nuestra trinchera de nuevo, ya incluso corrimos de espaldas, amedrentados por el asombroso contraataque. Ya próximos a la trinchera, oí de nuevo el retumbar de las ametralladoras de los soldados enemigos, cuando sentí una agudísima punzada en los brazos y el costado, y caí a tierra. Oí más lejanamente los disparos y cerré los ojos por unos instantes, respirando pólvora y con un agridulce sabor a tierra en la boca.  Tras éstos, los abrí nuevamente y me encontré solo en el campo, tras de mí observé las silenciosas luces bolcheviques que se acercaban a mí. Desesperado intenté levantarme mas no podía, el agudo dolor del costado  me lo impidió y noté cómo comencé a sangrar, perdiendo así mis fuerzas.A lo lejos escuchaba el retumar de los cañones y el resto del fuego de artillería, pero cada vez más lejano, como si se fueran marchando, sin embargo los rusos avanzarían hacia mí de un momento a otro. Mis pensamientos se nublaron por el dolor y la pérdida de sangre, y comencé a poco a poco perder el conocimiento. Es, entonces ahí finalmente donde un hombre comprueba el sabor horrible y crudo de la guerra, a la cual se llega uno a acostumbrar al convertirse ésta en su trabajo, como en mi caso. Mis tropas sabían de mi carácter enérgico y profesional que me caraterizaba, que no cedía ante nada, y que daría mi vida por el generalísimo, Franco, pero en aquella sola ocasión cedí al miedo y me vi envuelto en mi muerte, entre la helada oscuridad de las tierras rusas.Desde mi diván recuerdo aún cuando las arcadas me empezaron a sobrevenir, aquellos brazos decidios y fuertes que me recogieron del suelo. En ese instante yo veía a escasos doscientos metros el frente ruso avanzando, siento aún el chasquido de los fusiles recargando cuando erraban el tiro.Desperté en la sucia estancia donde acostumbraba a hecharme, mojada, sucia y maloliente, pero en aquel momento me sentí en el lugar más seguro del mundo. Vinieron entonces algunos médicos y me inspeccionaron, pero no supe más debido a mi desmayo.******************Volví a la consciencia en la misma sala, vendado por todo el tronco y el antebrazo izquierdo.Cuando llamé a Julián apareció al instante. -Señor, ¿Cómo se encuentra usted?-Bien, ¿y anoche…?-Los contuvimos señor, retrocedieron, pero hemos perdido una veintena de hombres en los cañones, y casi una compañía en las trincheras…Ha estado convaleciente desde aquella noche hasta esta tarde…-¿Qué hora es?-pregunté extrañado.-Las seis y media mi capitán.-De acuerdo…Márchate…¡No, no! ¡Ayúdame a levantarme! No puedo erguirme…El soldado me ayudó y salí al exterior.Fuera pude respirar el aire fresco que me pudo otorgar esa nublada tarde. Corría un viento helado, como cada día allí, pero no me había acostumbrado. Si o hubiera sido por quién tomó esa decisión hubiera maldecido todo cuanto me encontraba. Cuán equivocado estaba entonces…Aún así, no sé por qué, si por azar del destino o por qué otra causa, aquella situación me conmovió más de lo normal, y esas noches no paré de soñar con quién sería aquel hombre que me salvó la vida. Así pasé dos meses, preguntándome por qué estupidez podría querer yo saber quién me salvó. Por fin me decidí, como le dije a mi suboficial, por curiosidad, de saber quién era aquel hombre. Resultó ser finalmente  aquel Manuel. Me acercó a él en la trinchera, que se encontraba quitándole una gruesa placa de barro a las botas, buscando algún sitio de luminosidad para limpiarlas concienciudamente.-¡Soldado!¡Preséntese!-¡Manuel Hernández Espronceda, señor, segunda compañía del primer batallón del regimiento Barcelona, señor!.-Descanse.- Éste es el capitán Alonso Álvarez…-Lo conozco, manda mi compañía-comentó el iluso soldado-.-Oiga-intervine-¿ha recibido usted adiestramiento?¡Su comportamiento deja mucho que desear!-En Baviera. Señor-disimulando una sonrisa de triunfo.-No quiero listillos aquí-grité-¡Tal vez no tengamos aquí calabozos, pero te aseguro que adonde vas a ir no es mejor!-Sí, señor-respondió con determinación.Así encarcelé a aquel soldado mostrando señas de su mal comportamiento, pero lo cierto es que con la valentía o quizá apatia que nos dan los años, puedo ahora decir que mis acciones con aquel muchacho fueron traicioneras, mentirosas y crueles, descargando así mi odio hacia aquel que me “humilló” delante de mis amigos y enemigos.Desde aquel día le encomendé los trabajos más pesados y duros, le hice que ordenara los armamentos, que cargara la artilliría y la cambiara de sitio sin ayuda, le traté con desprecio (más incluso que al resto de las tropas) y puede que en más de una ocasión le humillara. Todo ocurrió en aquella época de la que no me enorgullezco y por la cual no tengo perdón. Sin embargo a tod asintió ni me mostró signos de odio en nungunas ocasión, atrayéndome a ira constantemente, ya que contariaba mis deseos de rebelarse contra la autoridad y poder fusilarle…no lo hice abiertamente por causa de la mella en las tropas para la guerra , ya que lo tomé a mi servicio personal, aunque nunca replicó palabra alguna, sino calladamente obedecía a mis exigencias. Entre sus otras tareas, le encomendé la limpieza de mi caseta de la trinchera, que cumplió a rajatabla.Cada vez pasaba más tiempo con él, aunque cada día que pasaba lo odiaba más, ya que jamás conseguí ver en su mirada el más leve atisbo de tristeza, siempre mantenía la cabeza erguida cuando hablaba, con voz fuerte y segura, con orgullo en su interior. Orgullo que en numerosas ocasiones intententé mellar, humillarlo, para que forjara carácter, pero en todo el tiempo que mi resentimiento creció, que fueron los días que estuve convaleciente, no lo conseguí. Era como si tuviera algo en su interior que lo mantenía con la cabeza en alto. Cada día me convencía más de que se trataba de un Rojo. Sin ambargo se forjó en nosotros una seria confianza y, sobre todo, respeto.Cada en nuestro bando, no nos dejábamos humillar, y me daba la impresión que ninguno estábamos agusto con nuestra facción.Fue sin embargo una semana más tarde cuando resultó herido por un proyectil de cañón que le cayó cerca. Afortunadamente sólo sufrió pequeñas fracturas y sólo le hirió la metralla, pero tuvo que pasar varias semanas en enfermería. Así poco a poco, entre ratos mudos y absortos, poco a poco fuimos forjando algo que, algún día se convertiría en amistad. Hablábamos de sociedad, de artes,de literatura e incluso de política. Constaté que en nuestras filas teníamos un comunista, pero pudimos hablar  sin rencores debido a la paciencia de los dolores y la guerra, además coincidimos en bastantes cosas.-Entonces, ¿De dónde eres tú?-Yo provengo de Murcia, de un “pequeño gran pueblo” llamado Águilas. Es un pueblo costero, precioso, con muchas calas, temperatura cálida, bellas mujeres…mi prometida es de allí.-Ojalá estuviéramos allí ahora. Allí podrías ver a tu mujer…-No, mi mujer no está allí ahora, está…en otro lugar.¿Y tú? ¿No tienes amores que contar?-¿Yo?No, mi vida a sido muy aburrida  siempre.Ya sabes, la vida militar es lo que tiene…-se produjo un incómodo silencio, ya que intentábamos evitar la política-. Una vez hubo una chica, una mujer…la hubiera amado toda mi vida. Sin embargo desapareció el mismo día que iba a pedir su mano…no sé porqué…Alicia Clemente, se llamaba.Tuve un problema, unos años que tuve un accidente y sufro de una ligera amnesia, no me acuerdo de lo ocurrido en esos años. De todas formas, con la guerra sólo hay dolor…-¿No estás cansado de ella?Alonso…olvídalo todo, abandona y sé feliz. Sé que eres un buen hombre, lo he comprobado, eres joven, diez años más que yo no son nada… No dejes que los acontecimientos te hundan; no renuncies jamás a tus sueños. Antes, persevera y ten paciencia.Cuando menos lo esperes, conseguirás vencer. Las estrellas siempre brillarán en los alto…-Si, para ti todo eso es muy fácil, ya me he enterado de que intentaste fugarte hace dos años…-¿Fugarme?¿Adónde iba a ir?¿Quién te ha dicho eso?-Da igual-observé zafándome en la manta.-No es tan fácil olvidarlo todo y empezar una nueva vida, en el caso de que pudieras ofrecérmela. -¿Tienes lazos sentimentales fuertes que te aten?-Algo de familia, pero da igual. De todas formas sólo hay kilómetros de nieve en kilómetros.-Oye, quizás si haya una solución…Esa tarde, solos en la enfermería los esquemas de mi vida cambiaron. Acordamos el siguinte plan: Manuel había movico correo secreto desde Baviera. Había conseguido pagando un camión e transportes de vino que llevara a él y otro grupo, con la ayuda de ciertos contactos de España que no me quiso ni nombrar. Al parecer había importantes elementos  allí, a quienes les convenía salir de España. Así obtendrían por medio de una familia alemana los visados y pasaportes necesarios cruzar hasta Francia donde de momento pretendían ir. Cada uno haría su vida y Manuel se casaría con su prometida, que ella no tendría seguro ningún problema para cruzar la frontera a Francia. Al principio me pareció una empresa descabellada, pero no quería seguir con una vida hipócrita a mis principios. Algún día volvería a España. Así, Acordamos que una noche, dentro de cinco días, nos fugaríamos. Había centinelas en el perímetro de las trincheras, pero yo me encargaría de cambiar los puestos o distraerlos durante unos momentos. Después todo sería un juego de niños.************La noche “H”La luna llena invadía el mellado terreno ruso en el  que dormitaba la 250 División de la Wehrmacht, las diez mil bayonetas españolas que apuntaban hacia Rusia. Un escaso terreno de trescientos metros separaba ambas trincheras, rusas de españolas, en las cuales, tiritantes de frío, se procuraban un ligero descanso los entumecidos músculos españoles frente a Leningrado. Caminando entre toses y estornudos, barro y humedad, me encontré con Manuel Navarro, enviado como yo como refuerzos a las tropas, que cavilaba fusil en mano, el único que saludó a su capitán al pasar junto a él. Verdaderamente, ocurrieron mutitud de sucesos desde aquel dia en el tren hasta aquella noche. Nos miramos mutuamente comprendiendo. Soplaba un helado céfiro del Norte cuando le murmuré acuclillándome sobre él: “Esta noche las estrellas brillan en lo alto…” a media sonrisa. Devolvió el gesto y, presuroso, se levantó recogiendo sus bártulos y desapareció por las casetas de la trinchera.Observé que todo estuviera en orden y me dirigí al perímetro para reconocer a los guardias. Atchung!-grité-. Así se acercaron y les ofrecía algunas jarras de cerveza. Me dijeron algo ininteligible y brindamos con ella. Entre las primeras risas, observé cómo a sus espaldas unas sombras se deslizaban entre los matorrales. Conté a los cinco, me despedí de los guardas y les dejé el barril para que se divirtieran. Con el corazón apresurado, oyendo pasos por todos los lados, recogí mis últimos enseres y algunos informes por si podían ser de utilidad cuando oí golpes en la puerta. -¡¿Quién es?! -Capitán, quieren verle los gerentes y los capitanes Almívar y Gerez. -¿Ahora mismo ?Iba a descansar.. .-me excusé-. -Parece importante, quieren discutirlo esta noche. Con el corazón en la mano dispuesto a obtener el duro castigo merecido, fui a la estancia de mando. Cada minuto se aproximaba a las tres, miré el reloj: las dos y media. -¿Me han solicitado? Estuve durante treinta minutos con ellos estudiando el terreno y el siguiente paso a realizar, aunque no descubrieron mi fugas, miraba a cada momento el reloj. Dentro de quince minutos aparecería el camión. Terminada la reunión me despedí con un "Buenas noches" y me dirigí presuroso libre de miradas al exterior de la trinchera cuando azotándome el :trío intenso de la noche de pronto escuché en el campo: ¡Atchung! ¡Atchung! El resto fue la descarga de una ametralladora, la cual resonó por todo el llano, y seguidos unos gritos alemanes. Se formó un gran murmullo por la trinchera pero yo salí corriendo. Encontré a Manuel tumbado en el suelo bajo las atónitas miradas de los alemanes. Me acerqué a él y mirándome me entregó un papel doblado. "Viene a buscarte.. . te esperan" - fueron sus últimas palabras bajo el estruendo que se acercaba de Stalingrado. ****************************************Acabada la guerra, y con la repatriación volví a Barcelona. La guerra me mantuvo ocupado pero jamás me olvidé mi amigo. Ya allí, me dirigí sin más preámbulos a la dirección que me escribió. Se trataba del pueblo de su novia, Águilas, ese bello pueblo costero y tranquilo. Seguí sus indicaciones y llegué a una bonita casa.Durante el trayecto estuve acompañando de una agradable temperatura y un resplandeciente sol que me recordaban aún más a Manuel. Tras unas indicaciones llegué a la casa. No tenía ni idea de qué me encontraría allí, pero llamé sin pensado dos veces. La puerta la abrió una señora mayor. -¿Qué desea, señor? -Señora, no sé cómo empezar, mi nombre es Alonso Hemández Espronceda... El rostro de la mujer se desfiguró. Yo comencé a entender...¿Cómo sabía mi amigo mi edad? ¿Cuáles eran sus apellidos? Comencé a llorar como un niño desconsolado al entender; se trataba de mi madre la que me abrió la puerta. Siempre supe que mis padres no eran los biológicos, y cuando yo nací, mis padres de Águilas trabajaban para un "señorito" de Barcelona. Mi madre me contó la historia y cómo se vieron obligados a mandarme con ellos a Barcelona. Así, que aquel hombre que fue capaz de sacrificarse por mí... era mi hermano. Ahora, muchos años después, todavía recuerdo a mi amigo el Rojo. Aquel que me mostró ayuda cuando nadie me la prestó, aquel que me prestó su amistad por encima de todo, más profunda que la guerra, la política y los intereses; aquel que me hizo soñar. Aquella tarde cambiaron muchas cosas en mi vida. Saliendo de casa para despejarme volví a admirar la hoja manuscrita de mi hermano. -Madre-pregunté-¿Qué es esto?-Es lo que llaman el Peñón del Roncaor hijo, está al pie del castillo, por ahí en línea recta. El rojo sol de la tarde iluminaba el Peñón, golpeado por el oleaje, cuando tras él, sentada, vi una figura, manchadas las manos de carboncillo, vestida de blanco, mirando hacia el mar. Bendije entonces a mi hermano y observando las olas romper contra la gran piedra, y la tarde muriendo plácidamente sobre el horizonte del mar, decidí vivir junto al murmullo del mar; y siempre recordando aquel que perteneció a aquellos que aún morían por ideales; “esta tarde las estrellas brillaban en lo alto”.           

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yo mismo -

Este fue mi primer relato oficial, perdonad sus errores y la precipitación del final, tuve que condensarlo...