Blogia
ESCRITOR EN LAS MONTAÑAS

Escenas

Porque soy mujer, una raza noble y fuerte. Porque cuando odio, odio con pasión. Porque cuando amo, amo con pasión...

Porque soy mujer, una raza noble y fuerte. Porque cuando odio, odio con pasión. Porque cuando amo, amo con pasión...

Una tarde de cálidos rayos rojos el joven fue a lo alto de un acantilado. Desahogó sus males; allí frente al romper de las rocas deseó morir allí.  La soledad que arrancaba de él su corazón tanto tiempo, sintió como comenzaba a taladrar la última defensa de su dignidad y amor a la vida; esto era; la conjunción del corazón y el pensamiento, a través del corazón el dolor corría a dirigirse a su mente, sus pensamientos, todos sus actos. La soledad estaba con él a cada momento, en lo que comía, el aire que respiraba, todo cuanto hacía; incluso en aquel desolado acantilado desde donde veía a lo lejos la ciudad y la población en las playas. Más de una vez cerró sus pensamientos, los cubrió con tierra y continuaba haciendo sus cosas. Sabía que estaban ahí, pero firmaban un pacto por un tiempo; seguro él que, cuanto más tiempo lo ignorara, más terrible sería el dolor posterior.

Los rayos del sol se le incrustaban a la cara, amarillos y anaranjados, y el viento azotaba todo su cuerpo; en ese momento rugió con más fuerza el céfiro y estimuló sus pensamientos irguiéndose. Ahora sentía como un goteo continuo de náuseas crónicas destilando frustración gota a gota sobre su mente. Se estremeció, y tras pasarse la mano por la cara sufrió escalofríos; el viento comenzaba a enfriarse. Recordaba que cada palabra que pronunciaba le dolía en el pecho, a su familia, a sus amigos…como si ella se escapara en el viento y no llegara a ninguna parte.No lo había dicho a nadie porque nadie le entendería, para muchos él estaba loco, y tenía palabras e historias clavadas en su corazón; conocía cada matiz de los sentimientos, y por tanto sabía desgranar su dolor en numerosas partes, y , el reconocerlas le propinaban un puñetazo de tal magnitud que sentía marearse.

Pensaba en la sensación que causaría si lo decía a alguien. Una sonrisilla torpe, al principio, incomprensión después, pena por último. De todas formas no podían hacer nada, estaba solo. Pero lo horrible de todo era que, carecía de libertad para compartirla con otra persona, aunque quisiera, era como una prisión en vida. Y su mente se lo recordaba a menudo. Por eso y otras cosas mantenía su dolor a escondidas, por nadie era sabido; su gusto por el teatro hacía de él un gran actor, y  reía y gastaba bromas con todos; incluso, el dolor se desvanecía cuando estaba con sus amistades, considerablemente. Y pasaba entonces a ser una mera falta dentro de su corazón “que algún día subsanaría”.Sin embargo, solo y cerrada su habitación, se sentía morir. El peso de las responsabilidades lo pisaba, y no sentía nada bajo él que lo apoyase. ¿Nada?...Nada. Las olas continuaban rompiendo contra las rocas, imperdurables en el infinito. Sintió frío por estar sentado, solo, pero no se arropó. No era el sufrimiento físico lo peor. Sonaban notas tristes en su corazón, una lírica voz femenina arropada por una segunda masculina y el repiqueteo de una guitarra acústica. Ya no sabía describir su dolor.En ese momento no cesó el dolor, sino que cesaron las palabras. No sabía qué mas pensar.Se encontró mirando al horizonte, perdido, casi sollozando. Notó un amago de sus ojos por exhalar el líquido de los lamentos. La cárcel; su cárcel era todo a su alrededor. A lo largo de la vida se le habían inculcado ciertos pensamientos y procedimientos, que, lejos de proporcionar la seguridad de antes, ahora se tornaban en carceleros de su mente y su corazón. Recordando en esto, sintió nuevamente otra embestida de dolor, subió el volumen de su música interior, platillos en la percusión y timbales, la voz se volvía más desgarrada por el dolor; esta vez su corazón se quebrantó, cedió al dolor, y una bocanada de brisa se adueñó de él: era el llanto. Como hadas en un mundo de tinieblas, vinieron a limpiar y a iluminar; poco hicieron, pero allí estaban. Las lágrimas corrían por sus mejillas entre jadeos, entrecortados; su tensión se desvanecía con ellas, que caían cargadas de maldad, la maldad del dolor, que se adueñó antes de tiempo del joven.Sobre la colina, desde arriba incluso se pudo escuchar el terrible grito que exhaló de su corazón. No llegó a ponerse en pie para gritarlo, sino como un perro, en el suelo, chilló. Tras él volvió a sentir como escupía más dolor, como si de una exortización se tratase, por la boca con el grito. Una intensa congelación caliente penetró en su cabeza que, a modo de lazo alrededor de sus sienes se apretó.  Sin embargo no cesó todo ahí, el dolor guardaba más. Por eso era muerte en vida, que asediaba a tanta gente en Occidente. Pero así era, y él no podía olvidar su dolor, un dolor terrible, tan terrible como absurdo, sin sentido, ilógico. Si le preguntaran de qué dolía, no podría responder. Tan sólo podía dar pena…Sabía que había que luchar, revelarse contra lo malo, pero era tan pesado…antaño así lo hizo, se levantó y anduvo. Luchó espada en mano, cortando maleza y continuando. Pero tras la última caída, en el desierto, abandonado de todos, no pudo más. Desplomado, no le quedaban fuerzas. Como el nadador agotado que nada a una isla que nunca se acerca, y es demasiado tarde para volver de donde vino. Sólo queda el oscuro abismo del océano. ¿O no? Como el explorador agotado, sudado y cansado, magullado, que descubre que el fin de la confusa selva de la que esperaba salir, es el desierto, cegador, caluroso, abandonado. Ahora, ¿qué hacer? 

Cayó entonces en un sueño profundo, donde el tiempo, las estrellas, los espacios, las cataratas, las hojas, su familia, el mundo animal, este planeta caía en un mismo alo de luz infinita, en medio de una galaxia, entró en éxtasis mental y oyó. “No llores, no te atormentes. Descansa, ven a mí. Yo te traeré a la paz, al descanso. A un mundo donde no existe el dolor, más que para hacerlo más bello. ¿De qué lloras? Consuélate, seca tus lágrimas. ¿No ves que aquí estoy? No has perdido nada, hay tiempo. Aún hay esperanza. La solución existe, está aquí. Tómala. Yo te daré descanso. Abre los ojos. ¿Qué ves? Te queda una vida por delante. Basta de dolor, eso se acabó. Limpia tu corazón de negro sufrimiento. Yo estoy aquí, sobre mi pecho te tomaré. Descansa. Descansa. En mí hay paz. Estoy aquí. ¿No me ves? Soy la libertad.Descansa. Soy las notas finales, del momento feliz. Come perdices.

¿Escuchas?  Acordes suaves. Acordes de final, de resolución, de fin. Pero son pausados, comunican que todo ha acabado en esperanza. ¿Que no puedes levantarte? No hace falta.Yo soy tu compañera, tu apoyo y guía. ¿Sabes mi función? Si no tienes fuerzas, yo te levanto. No soy muy fuerte, pero sé que viéndome te esforzarás por levantarte. Si no sabes seguir, yo te guiaré. Te diré por dónde ir cuando te pierdas. Cuando desprendas lágrimas por tus mejillas, no las secaré, pues no lloras sin razón. Las besaré; y cuando tus ojos se encuentren con los míos, mi amor te saciará, y comprenderás que mi amor, rodeado tu cuerpo con mis brazos, te basta. Supliré tus dolencias, porque ahí estaré. Y cuando estés triste, y no exhales queja alguna, perdido en un mar de confusión, mi apasionado beso te sacará de él. El olor de mis cabellos despertará al deseo, y la danza de mis manos sobre tu cerviz, también. Pensarás a todas horas en mí, pues sabrás que, pase lo que pase, me tienes a mí, aguardándote.Cuando estés contento, tu gozo lo disfrutaremos juntos, y tú me darás la justa retribución a las atenciones que, por otra parte, te daré sin compromisos.¿Sabes por que?

Porque serás mío. Porque te amo. Porque nuestro amor va más allá de los besos y abrazos. Son caricias, miradas, palabras…silencios. Porque mi amor me otorgará el conocimiento de que, cuando me mires a los ojos, te conozca por entero. También me otorgará el placer de estremecerme cuando me mires con el deseo de un amador. Lo sé, sé que lo serás. Y tú, me corresponderás, como sabes, y como debes. Con iguales atenciones y detalles. Te conozco, corazón herido. Sé que me harás reír, sé que me brindarás  pequeños y dulces regalos cuando menos me lo espere. Que me mirarás cuando no te vea. Que soñarás conmigo, que me asirás por la espalda, y atarás mis brazos a los tuyos, y me fundirás en un beso que hará saltar en mi interior el don del amor. Te sentiré en mí, y viceversa. Porque me amarás como merezco.Y cuando pase el tiempo, mi amor por ti, ese amor profundo, madurará, y seguiré por ti velando.

 Y ¿sabes cómo haré todo esto? Porque soy mujer, una raza noble y fuerte. Porque cuando odio, odio con pasión. Cuando grito, lo hago con pasión. Porque mis metas las hago cumplir, y mis sueños me ayudan a ello…Porque cuando amo, amo con pasión. Porque, por amor, hago barbaridades, y cosas horribles. Pero, por amor, hago servicios y otorgo amor a mi alrededor. Porque soy fuerte.Porque soy mujer; no por ello soy más que tú. Pero soy diferente, e igual. Porque amo la vida. Porque desde que ví la luz  a este mundo, CREO en el poder del amor. Porque fui más madura que tú, cuando tenía tu edad. Porque mi sentido de responsabilidad me hace trabajadora. Porque soy mujer.Ahora, estoy aquí. Ven, toma mi mano, y duerme. Deja de buscar. Aquí estoy.” 

MÁS ALLÁ DEL HORIZONTE

MÁS ALLÁ DEL HORIZONTE
Raudo navega el velero sobre el ancho mar; ondeando sus velas al son de los vientos del sur; el frágil casco que desafía a las aguas y a los luminosos rayos del atardecer, que cargan por el horizonte anaranjados y nostálgicos rememoradotes de antiguas tragedias.

Según cuentan, el esquife partió de un gran puerto, el puerto de Remmon, la capital de una importante isla del Este, y tras hacer una escala en una pequeña isla cercana, comenzó su travesía por mar abierto, solo en la inmensidad de los días, las noches, el mar y los cielos; tan sólo gobernado por un hombre que, atento a la Mayor, observa el horizonte, concentrado en las violetas y pardas nubes del horizonte.

-“Oh, majestad, no digáis eso”.Perdido estoy-le diría meses atrás en el salón Real-por ello debo regresar al bote y a mi soledad, al lugar donde caen las aguas, y se une el principio y el fin.
La corte entera observaba atónita y expectante la situación entre padre e hijo.
“Deseo vuestro permiso, señor, para partir. Y puesto que para vos sería una deshonra el desertar de uno de vuestros capitanes, borrad de las paredes mi nombre, de todas y cada una de las telas; encarcelad a quien pronuncie o cante mi nombre, y que mi apellido se pierda en el olvido…
-No soy nadie, mi rey. Sé que podéis complacerme mi señor, y toda vuestra corte me es testigo. He de marchar-dirigió su mirada a los techos de la sala, recorriendo las paredes, los telares, los jardines colgantes, y finalmente en los cortesanos finalizando en su padre-aunque jamás podré olvidar este palacio, sus espejos, jardines, las bellas mujeres que adornan nuestra ciudad, nuestra famosa biblioteca…ni a vos.
-Desde aquí observo el avituallamiento de mi esquife, señor. No os apenéis. Vuestra sabiduría educará a nuevos y mejores hombres que yo. También criaréis un sucesor…pues no albergo esperanzas de regreso. Seréis siempre un rey digno de mi memoria.

El crujir de los maderos del velero acompasaba los recuerdos del joven príncipe, ya casi adormecido por los recuerdos y mojadas sus mejillas de lágrimas. El dolor era tan profundo. “El dolor de la soledad, madre”-recordó. Los recuerdos enturbiaban su mente y asolaban su herido corazón.

Mecidas por la brisa se mueven las cortinas de seda en la estancia; fresca, agua de colonia impregna las telas y la colchas; el balcón más allá de las finas cortinas da paso a una plácida melancolía tristona, propiciada por una oscura tarde amenazante de lluvia; el reposo asoma a mi corazón cuando mi alegre ángel aparece en la estancia.
Una vez más sus blancos y largos dedos acarician mi rostro, conmigo mirando al balcón; cargado de recuerdos temía herirla, herir su despedida; mas eran tan intensa su mirada…
Sospechaba que se engañaba pensando que yo regresaría algún día. No faltaron palabras de consuelo a mi corazón por mi separación de todo lo que formaba mi vida, palabras y caricias. El desgarro era inminente; sin embargo ella cerró su corazón, su mente y sus oídos a mis palabras que negaban mi regreso por más que intenté decírselo entre efluvios de incienso en mi cabeza; y yo, cedí ante sus cabellos reposando sobre su pecho, sus labios y sus oscuras pupilas. ¡Dulzura humana, colonia de vida, escultura musical y caricia sensual, sedosa forma líquida de pasión! No volveré…
Mas ella no escuchó; se separó de mis brazos y retrocedió a encender nuevamente el incienso apagado, y a regar nuestra rosa de sarón. Sin más se recostó sobre su lecho y cerró los ojos, como si del comienzo de un largo sueño se tratara.

Y desde entonces a menudo ahí la veía, aún cuando las inclemencias de la noche del mar le desvelaban. La veía ahí, recostada sobre su lecho; con los ojos aún dormidos en un eterno dormitar.
Sin embargo el fénix de sus pasiones continuaba ajetreándole el corazón y mordiendo su mente, como una víbora que intenta escapar de su jaula. Sin embargo, pronto llegaría al lugar donde caen las aguas…pronto.

Cobardía o angustia, así solían llamar su acto las gentes tras su marcha; él, el sentir de un morir. El despropósito de una vida en soledad que cada día martiriza al hombre con dolor añadido del paso del tiempo. Una búsqueda. Ansiaba llorar su congoja sobre el fin de las aguas, el fin de la vida, donde el fin de todo podría e él también llevárselo. Por eso decidió navegar al fin de las aguas, al fin del mundo… a su fin.
La desesperación le había conquistado, ésta se adueñó de él al igual que los recuerdos de un amor ahogado en el eterno mar de la muerte; adonde pretendía llegar para intentar recuperarlo o, al menos, encontrar una respuesta. Y, aunque la macabra complacencia de sentirse desgraciado la sentía, en lo más profundo y arraigado de su ser deseaba que alguien lo salvara, que llegara alguien fuerte y salvador y lo rescatara de su pesar y sui agonía.
-CONTINUARÁ…


La pluma olvidada en el curso del tiempo del vuelo del viento

La pluma olvidada en el curso del tiempo del vuelo del viento

   

Era el capitán sin navío. Se sentaba cada día en el puerto, hasta el atardecer, solo y desamparado. Con el recuerdo de días de esperanza en la mente y el sabor de otros labios en los suyos; un amor sin consumar. Su infancia se perdía en el océano de sus recuerdos, y sólo cada día caían al mar sus deseos de un nuevo amanecer.

Tiempo atrás había luchado, y había creído que todo hombre hace siempre realidad sus sueños. ¿Consiste la vida en eso? Trabajaba cada día en su propio navío, con esperanza al principio, que fue soslayada con el paso del tiempo por un deseo irreconocible, un vacío hasta que llegó ella. Sin previo aviso, diseñó los planos más bellos que el jamás vio y con una mirada  fijó el deseo en el joven. Vio cómo su trabajo en el navío avanzaba más aprisa. Incluso ayudó en la construcción del navío de ella, al que él puso todo su empeño en embellecerlo.

Pero todo ahora quedaba atrás. Sobre los maderos del puerto observaba durante días, meses y años a los hombres ir y volver con sus hermosas doncellas, sonrientes ellas tanto como ellos, e iban a servir al amor. A los navíos veía ir todos a la guerra, y volver a algunos de ella. De navegar los mares y disfrutar de la libertad que sólo el amor otorga.

Su navío se hundió en el astillero sin llegar a navegar jamás. Sus amigos le traicionaron. Ella se enteró y le ayudo, y él le mostró que se marcharía lejos. No salió de ella ningún llanto, ni compasión, ni palabras de despedida. Tan sólo un “Aquí te esperaré”; provocando el llanto, ahora sí, de él; y consumaron un emocionante y precursor abrazo.

Un gran mar le separaba de ella y los restos de su navío. Durante oscuras noches volví al antiguo puerto, sin que nadie se percatara, a observar los restos de su navío. Trabajaba de nuevo en él, pero se hundía siempre. Desde entonces no volvió a fletarlo. Sin embargo recordaba aquello que creía olvidado, ese amor infantil lleno de sensaciones y miradas, contracciones de la piel, albor de sonrisa, caricias invisibles, palabras inaudibles.

Pasaban los años y la tranquila existencia del hombre tenía lugar. Tres largos años hacía de aquello, sin embargo no había una sola tarde que fuera al puerto y no se acordara de esto.

Tras e primer derrumbamiento de su navío, cuatro años atrás, intentó hacerlo lo menos aparente posible, alejado, inexistente. Nadie se enteraría jamás de ese error, de lo que sentía.

A ella no le decía nada del navío. Pero ella intuiría más tarde lo que pasaba. Cerró su mente a sus pensamientos, techó su tejado y cerró puertas y ventanas. Hablaba cortésmente con todos.

Por suerte, no llegó a construir los mástiles del navío de ella, ya que si lo hubiera hecho, su barco también habría sido tragado por las aguas. Semanas sin querer trabajar con  ella pasó, para que su barco, en un futuro lejano no se hundiera. Sabia que el casco sufriría desperfectos, y la amaba demasiado para ello. Quiso olvidar eso, y todo alejándose. Ahora esperaba solo en una isla lejana el nuevo amanecer.

Pero esto cambiaría. Algún día volvería y trabajaría en su barco. Lo levantaría y colocaría el velamen. Las velas ondearían al viento y entonces dos popas se verían partir del puerto, hacia el sol, hacia el mar, hacia el horizonte. Algún día. ¿Qué le depararía el futuro? No lo sabía, pero quería, de momento volver a levantar sus mástiles. Cuando eso ocurriera, sería fácil encontrar lo demás-Una vez en el mar, en libertad, hallaría lo que buscaba.

Las pasiones e ideales llenaban su corazón, más era el capitán sin navío, la pluma olvidada en el curso del tiempo del vuelo del viento.