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ESCRITOR EN LAS MONTAÑAS

Inminente traslado del blog a esta nueva direccion:

http://confesionesdeunbohemio.blogspot.com/

 

gracias a todos los que me habéis visitado; no es un adios, es un "por la puerta de al lado" jeje.

Saludos

Mummer's dance

Si creíais que después de escuchar esta canción no podía  haber nada mejor; os traigo buenas noticias: HAY algo mejor: la canción de loreena con las imágenes de El Señor de los Anillos; si ya os era rememoradora, ahora mucho más....para los que el señor de los anillos no os traiga recuerdos, descansad bajo el cómodo y tupido lecho del mundo de la fantasía, el mundo de la paz y tranquilidad donde irás para descansar; de las aguas que descienden en cataratas de Rivendel. Dejaos mecer por la brisa del céfiro de las llanas tierras de Rohan, estepas de los caballeros de Eorl, de su castillo dorado de Meduseld, o tumbáos por el verdor de la hierba de La Comarca, sentid el silencio de los bosques de los elfos de Lothlórien, el murmullo de los riachuelos y los árboles cantar...dejáos llevar y cantad al son de la musica...

 ...

 

Lithium: preciosa,

 

Lithium, don't want to lock me up inside
Lithium, don't want to forget how it feels without
Lithium, I want to stay in love with my sorrow
Oh, but God, I want to let it go

Come to bed, don't make me sleep alone
Couldn't hide the emptiness you let it show
Never wanted it to be so cold
Just didn't drink enough to say you love me

I can't hold on to me
Wonder what's wrong with me

Lithium, don't want to lock me up inside
Lithium, don't want to forget how it feels without
Lithium, I want to stay in love with my sorrow

Oh, don't want to let it lay me down this time
Drown my will to fly
Here in the darkness I know myself
Can't break free until I let it go
Let me go

Darling, I forgive you after all
Anything is better than to be alone
And in the end I guess I had to fall
Always find my place among the ashes

I can't hold on to me
Wonder what's wrong with me

Lithium, don't want to lock me up inside
Lithium, don't want to forget how it feels without
Lithium, I want to stay in love mmhmm
Oh, I'm gonna let it go

MI DOCUMENTACION

MI DOCUMENTACION

EL RAYO DE LUNA

EL RAYO DE LUNA

Este es mi homenaje al más grande de los escritores del romanticismo, sino del mundo.

La presente leyenda es a mi parecer una de las mejores, bellísima y es por ello que quiero compartirla con vosotros.

"Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia; lo que puedo decir es que en su fondo hay una verdad, una verdad muy triste, de la que acaso yo seré uno de los últimos en aprovecharme, dadas mis condiciones de imaginación.

Otro, con esta idea, tal vez hubiera hecho un tomo de filosofía lacrimosa; yo he escrito esta leyenda que, a los que nada vean en su fondo, al menos podrá entretenerles un rato.

Era noble, había nacido entre el estruendo de las armas, y el insólito clamor de una trompa de guerra no le hubiera hecho levantar la cabeza un instante ni apartar sus ojos un punto del oscuro pergamino en que leía la última cantiga de un trovador.

Los que quisieran encontrarle, no lo debían buscar en el anchuroso patio de su castillo, donde los palafreneros domaban los potros, los pajes enseñaban a volar a los halcones, y los soldados se entretenían los días de reposo en afilar el hierro de su lanza contra una piedra.

-¿Dónde está Manrique, dónde está vuestro señor? -preguntaba algunas veces su madre.

-No sabemos -respondían sus servidores:- acaso estará en el claustro del monasterio de la Peña, sentado al borde de una tumba, prestando oído a ver si sorprende alguna palabra de la conversación de los muertos; o en el puente, mirando correr unas tras otras las olas del río por debajo de sus arcos; o acurrucado en la quiebra de una roca y entretenido en contar las estrellas del cielo, en seguir una nube con la vista o contemplar los fuegos fatuos que cruzan como exhalaciones sobre el haz de las lagunas. En cualquiera parte estará menos en donde esté todo el mundo.

En efecto, Manrique amaba la soledad, y la amaba de tal modo, que algunas veces hubiera deseado no tener sombra, porque su sombra no le siguiese a todas partes.

Amaba la soledad, porque en su seno, dando rienda suelta a la imaginación, forjaba un mundo fantástico, habitado por extrañas creaciones, hijas de sus delirios y sus ensueños de poeta, tanto, que nunca le habían satisfecho las formas en que pudiera encerrar sus pensamientos, y nunca los había encerrado al escribirlos.

Creía que entre las rojas ascuas del hogar habitaban espíritus de fuego de mil colores, que corrían como insectos de oro a lo largo de los troncos encendidos, o danzaban en una luminosa ronda de chispas en la cúspide de las llamas, y se pasaba las horas muertas sentado en un escabel junto a la alta chimenea gótica, inmóvil y con los ojos fijos en la lumbre.

Creía que en el fondo de las ondas del río, entre los musgos de la fuente y sobre los vapores del lago, vivían unas mujeres misteriosas, hadas, sílfides u ondinas, que exhalaban lamentos y suspiros, o cantaban y se reían en el monótono rumor del agua, rumor que oía en silencio intentando traducirlo.

En las nubes, en el aire, en el fondo de los bosques, en las grietas de las peñas, imaginaba percibir formas o escuchar sonidos misteriosos, formas de seres sobrenaturales, palabras ininteligibles que no podía comprender.

¡Amar! Había nacido para soñar el amor, no para sentirlo. Amaba a todas las mujeres un instante: a ésta porque era rubia, a aquélla porque tenía los labios rojos, a la otra porque se cimbreaba al andar como un junco.

Algunas veces llegaba su delirio hasta el punto de quedarse una noche entera mirando a la luna, que flotaba en el cielo entre un vapor de plata, o a las estrellas que temblaban a lo lejos como los cambiantes de las piedras preciosas. En aquellas largas noches de poético insomnio, exclamaba:

-Si es verdad, como el prior de la Peña me ha dicho, que es posible que esos puntos de luz sean mundos; si es verdad que en ese globo de nácar que rueda sobre las nubes habitan gentes, ¡qué mujeres tan hermosas serán las mujeres de esas regiones luminosas, y yo no podré verlas, y yo no podré amarlas!... ¿Cómo será su hermosura?... ¿Cómo será su amor?...

Manrique no estaba aún lo bastante loco para que le siguiesen los muchachos, pero sí lo suficiente para hablar y gesticular a solas, que es por donde se empieza.

Sobre el Duero, que pasaba lamiendo las carcomidas y oscuras piedras de las murallas de Soria, hay un puente que conduce de la ciudad al antiguo convento de los Templarios, cuyas posesiones se extendían a lo largo de la opuesta margen del río.

En la época a que nos referimos, los caballeros de la Orden habían ya abandonado sus históricas fortalezas; pero aún quedaban en pie los restos de los anchos torreones de sus muros, aún se veían, como en parte se ven hoy, cubiertos de hiedra y campanillas blancas, los macizos arcos de su claustro, las prolongadas galerías ojivales de sus patios de armas, en las que suspiraba el viento con un gemido, agitando las altas hierbas.

En los huertos y en los jardines, cuyos senderos no hollaban hacía muchos años las plantas de los religiosos, la vegetación, abandonada a sí misma, desplegaba todas sus galas, sin temor de que la mano del hombre la mutilase, creyendo embellecerla. Las plantas trepadoras subían encaramándose por los añosos troncos de los árboles; las sombrías calles de álamos, cuyas copas se tocaban y se confundían entre sí, se habían cubierto de césped; los cardos silvestres y las ortigas brotaban en medio de los enarenados caminos, y en dos trozos de fábrica, próximos a desplomarse, el jaramago, flotando al viento como el penacho de una cimera, y las campanillas blancas y azules, balanceándose como en un columpio sobre sus largos y flexibles tallos, pregonaban la victoria de la destrucción y la ruina.

Era de noche; una noche de verano, templada, llena de perfumes y de rumores apacibles, y con una luna blanca y serena, en mitad de un cielo azul, luminoso y transparente.

Manrique, presa su imaginación de un vértigo de poesía, después de atravesar el puente, desde donde contempló un momento la negra silueta de la ciudad, que se destacaba sobre el fondo de algunas nubes blanquecinas y ligeras arrolladas en el horizonte, se internó en las desiertas ruinas de los Templarios.

La media noche tocaba a su punto. La luna, que se había ido remontando lentamente, estaba ya en lo más alto del cielo, cuando al entrar en una oscura alameda que conducía desde el derruido claustro a la margen del Duero, Manrique exhaló un grito leve y ahogado, mezcla extraña de sorpresa, de temor y de júbilo.

En el fondo de la sombría alameda había visto agitarse una cosa blanca, que flotó un momento y desapareció en la oscuridad. La orla del traje de una mujer, de una mujer que había cruzado el sendero y se ocultaba entre el follaje, en el mismo instante en que el loco soñador de quimeras o imposibles penetraba en los jardines.

-¡Una mujer desconocida!... ¡En este sitio!..., ¡a estas horas! Esa, esa es la mujer que yo busco -exclamó Manrique; y se lanzó en su seguimiento, rápido como una saeta.

Llegó al punto en que había visto perderse entre la espesura de las ramas a la mujer misteriosa. Había desaparecido. ¿Por dónde? Allá lejos, muy lejos, creyó divisar por entre los cruzados troncos de los árboles como una claridad o una forma blanca que se movía.

-¡Es ella, es ella, que lleva alas en los pies y huye como una sombra! -dijo, y se precipitó en su busca, separando con las manos las redes de hiedra que se extendían como un tapiz de unos en otros álamos. Llegó rompiendo por entre la maleza y las plantas parásitas hasta una especie de rellano que iluminaba la claridad del cielo... ¡Nadie!

-¡Ah!, por aquí, por aquí va -exclamó entonces-. Oigo sus pisadas sobre las hojas secas, y el crujido de su traje que arrastra por el suelo y roza en los arbustos; -y corría y corría como un loco de aquí para allá, y no la veía. -Pero siguen sonando sus pisadas -murmuró otra vez;- creo que ha hablado; no hay duda, ha hablado... El viento que suspira entre las ramas; las hojas, que parece que rezan en voz baja, me han impedido oír lo que ha dicho; pero no hay duda, va por ahí, ha hablado... ha hablado... ¿En qué idioma? No sé, pero es una lengua extranjera... Y tornó a correr en su seguimiento, unas veces creyendo verla, otras pensando oírla; ya notando que las ramas, por entre las cuales había desaparecido, se movían; ya imaginando distinguir en la arena la huella de sus propios pies; luego, firmemente persuadido de que un perfume especial que aspiraba a intervalos era un aroma perteneciente a aquella mujer que se burlaba de él, complaciéndose en huirle por entre aquellas intrincadas malezas. ¡Afán inútil!

Vagó algunas horas de un lado a otro fuera de sí, ya parándose para escuchar, ya deslizándose con las mayores precauciones sobre la hierba, ya en una carrera frenética y desesperada.

Avanzando, avanzando por entre los inmensos jardines que bordaban la margen del río, llegó al fin al pie de las rocas sobre que se eleva la ermita de San Saturio.

-Tal vez, desde esta altura podré orientarme para seguir mis pesquisas a través de ese confuso laberinto -exclamó trepando de peña en peña con la ayuda de su daga.

Llegó a la cima, desde la que se descubre la ciudad en lontananza y una gran parte del Duero que se retuerce a sus pies, arrastrando una corriente impetuosa y oscura por entre las corvas márgenes que lo encarcelan.

Manrique, una vez en lo alto de las rocas, tendió la vista a su alrededor; pero al tenderla y fijarla al cabo en un punto, no pudo contener una blasfemia.

La luz de la luna rielaba chispeando en la estela que dejaba en pos de sí una barca que se dirigía a todo remo a la orilla opuesta.

En aquella barca había creído distinguir una forma blanca y esbelta, una mujer sin duda, la mujer que había visto en los Templarios, la mujer de sus sueños, la realización de sus más locas esperanzas. Se descolgó de las peñas con la agilidad de un gamo, arrojó al suelo la gorra, cuya redonda y larga pluma podía embarazarle para correr, y desnudándose del ancho capotillo de terciopelo, partió como una exhalación hacia el puente.

Pensaba atravesarlo y llegar a la ciudad antes que la barca tocase en la otra orilla. ¡Locura! Cuando Manrique llegó jadeante y cubierto de sudor a la entrada, ya los que habían atravesado el Duero por la parte de San Saturio, entraban en Soria por una de las puertas del muro, que en aquel tiempo llegaba hasta la margen del río, en cuyas aguas se retrataban sus pardas almenas.

Aunque desvanecida su esperanza de alcanzar a los que habían entrado por el postigo de San Saturio, no por eso nuestro héroe perdió la de saber la casa que en la ciudad podía albergarlos. Fija en su mente esta idea, penetró en la población, y dirigiéndose hacia el barrio de San Juan, comenzó a vagar por sus calles a la ventura.

Las calles de Soria eran entonces, y lo son todavía, estrechas, oscuras y tortuosas. Un silencio profundo reinaba en ellas, silencio que sólo interrumpían, ora el lejano ladrido de un perro; ora el rumor de una puerta al cerrarse, ora el relincho de un corcel que piafando hacía sonar la cadena que le sujetaba al pesebre en las subterráneas caballerizas.

Manrique, con el oído atento a estos rumores de la noche, que unas veces le parecían los pasos de alguna persona que había doblado ya la última esquina de un callejón desierto, otras, voces confusas de gentes que hablaban a sus espaldas y que a cada momento esperaba ver a su lado, anduvo algunas horas, corriendo al azar de un sitio a otro.

Por último, se detuvo al pie de un caserón de piedra, oscuro y antiquísimo, y al detenerse brillaron sus ojos con una indescriptible expresión de alegría. En una de las altas ventanas ojivales de aquel que pudiéramos llamar palacio, se veía un rayo de luz templada y suave que, pasando a través de unas ligeras colgaduras de seda color de rosa, se reflejaba en el negruzco y grieteado paredón de la casa de enfrente.

-No cabe duda; aquí vive mi desconocida -murmuró el joven en voz baja sin apartar un punto sus ojos de la ventana gótica;- aquí vive. Ella entró por el postigo de San Saturio... por el postigo de San Saturio se viene a este barrio... en este barrio hay una casa, donde pasada la media noche aún hay gente en vela... ¿En vela? ¿Quién sino ella, que vuelve de sus nocturnas excursiones, puede estarlo a estas horas?... No hay más; ésta es su casa.

En esta firme persuasión, y revolviendo en su cabeza las más locas y fantásticas imaginaciones, esperó el alba frente a la ventana gótica, de la que en toda la noche no faltó la luz ni él separó la vista un momento.

Cuando llegó el día, las macizas puertas del arco que daba entrada al caserón, y sobre cuya clave se veían esculpidos los blasones de su dueño, giraron pesadamente sobre los goznes, con un chirrido prolongado y agudo. Un escudero reapareció en el dintel con un manojo de llaves en la mano, restregándose los ojos y enseñando al bostezar una caja de dientes capaces de dar envidia a un cocodrilo.

Verle Manrique y lanzarse a la puerta, todo fue obra de un instante.

-¿Quién habita en esta casa? ¿Cómo se llama ella? ¿De dónde es? ¿A qué ha venido a Soria? ¿Tiene esposo? Responde, responde, animal -ésta fue la salutación que, sacudiéndole el brazo violentamente, dirigió al pobre escudero, el cual, después de mirarle un buen espacio de tiempo con ojos espantados y estúpidos, le contestó con voz entrecortada por la sorpresa:

-En esta casa vive el muy honrado señor D. Alonso de Valdecuellos, montero mayor de nuestro señor el rey, que herido en la guerra contra moros, se encuentra en esta ciudad reponiéndose de sus fatigas.

-Pero ¿y su hija? -interrumpió el joven impaciente;- ¿y su hija, o su hermana; o su esposa, o lo que sea?

-No tiene ninguna mujer consigo.

-¡No tiene ninguna!... Pues ¿quién duerme allí en aquel aposento, donde toda la noche he visto arder una luz?

-¿Allí? Allí duerme mi señor D. Alonso, que, como se halla enfermo, mantiene encendida su lámpara hasta que amanece.

Un rayo cayendo de improviso a sus pies no le hubiera causado más asombro que el que le causaron estas palabras.

-Yo la he de encontrar, la he de encontrar; y si la encuentro, estoy casi seguro de que he de conocerla... ¿En qué?... Eso es lo que no podré decir... pero he de conocerla. El eco de sus pisadas o una sola palabra suya que vuelva a oír, un extremo de su traje, un solo extremo que vuelva a ver, me bastarán para conseguirlo. Noche y día estoy mirando flotar delante de mis ojos aquellos pliegues de una tela diáfana y blanquísima; noche y día me están sonando aquí dentro, dentro de la cabeza, el crujido de su traje, el confuso rumor de sus ininteligibles palabras... ¿Qué dijo?... ¿qué dijo? ¡Ah!, si yo pudiera saber lo que dijo, acaso... pero aún sin saberlo la encontraré... la encontraré; me lo da el corazón, y mi corazón no me engaña nunca. Verdad es que ya he recorrido inútilmente todas las calles de Soria; que he pasado noches y noches al sereno, hecho poste de una esquina; que he gastado más de veinte doblas en oro en hacer charlar a dueñas y escuderos; que he dado agua bendita en San Nicolás a una vieja, arrebujada con tal arte en su manto de anascote, que se me figuró una deidad; y al salir de la Colegiata una noche de maitines, he seguido como un tonto la litera del arcediano, creyendo que el extremo de sus holapandas era el del traje de mi desconocida; pero no importa... yo la he de encontrar, y la gloria de poseerla excederá seguramente al trabajo de buscarla.

¿Cómo serán sus ojos?... Deben de ser azules, azules y húmedos como el cielo de la noche; me gustan tanto los ojos de ese color; son tan expresivos, tan melancólicos, tan... Sí... no hay duda; azules deben de ser, azules son, seguramente; y sus cabellos negros, muy negros y largos para que floten... Me parece que los vi flotar aquella noche, al par que su traje, y eran negros... no me engaño, no; eran negros.

¡Y qué bien sientan unos ojos azules, muy rasgados y adormidos, y una cabellera suelta, flotante y oscura, a una mujer alta... porque... ella es alta, alta y esbelta como esos ángeles de las portadas de nuestras basílicas, cuyos ovalados rostros envuelven en un misterioso crepúsculo las sombras de sus doseles de granito! ¡Su voz!... su voz la he oído... su voz es suave como el rumor del viento en las hojas de los álamos, y su andar acompasado y majestuoso como las cadencias de una música.

Y esa mujer, que es hermosa como el más hermoso de mis sueños de adolescente, que piensa como yo pienso, que gusta como yo gusto, que odia lo que yo odio, que es un espíritu humano de mi espíritu, que es el complemento de mi ser, ¿no se ha de sentir conmovida al encontrarme? ¿No me ha de amar como yo la amaré, como la amo ya, con todas las fuerzas de mi vida, con todas las facultades de mi alma?

Vamos, vamos al sitio donde la vi la primera y única vez que le he visto... ¿Quién sabe si, caprichosa como yo, amiga de la soledad y el misterio, como todas las almas soñadoras, se complace en vagar por entre las ruinas, en el silencio de la noche?

Dos meses habían transcurrido desde que el escudero de D. Alonso de Valdecuellos desengañó al iluso Manrique; dos meses durante los cuales en cada hora había formado un castillo en el aire, que la realidad desvanecía con un soplo; dos meses, durante los cuales había buscado en vano a aquella mujer desconocida, cuyo absurdo amor iba creciendo en su alma, merced a sus aún más absurdas imaginaciones, cuando después de atravesar absorto en estas ideas el puente que conduce a los Templarios, el enamorado joven se perdió entre las intrincadas sendas de sus jardines.

La noche estaba serena y hermosa, la luna brillaba en toda su plenitud en lo más alto del cielo, y el viento suspiraba con un rumor dulcísimo entre las hojas de los árboles.

Manrique llegó al claustro, tendió la vista por su recinto y miró a través de las macizas columnas de sus arcadas... Estaba desierto.

Salió de él, encaminó sus pasos hacia la oscura alameda que conduce al Duero, y aún no había penetrado en ella, cuando de sus labios se escapó un grito de júbilo.

Había visto flotar un instante y desaparecer el extremo del traje blanco, del traje blanco de la mujer de sus sueños, de la mujer que ya amaba como un loco.

Corre, corre en su busca, llega al sitio en que la ha visto desaparecer; pero al llegar se detiene, fija los espantados ojos en el suelo, permanece un rato inmóvil; un ligero temblor nervioso agita sus miembros, un temblor que va creciendo, que va creciendo y ofrece los síntomas de una verdadera convulsión, y prorrumpe al fin una carcajada, una carcajada sonora, estridente, horrible.

Aquella cosa blanca, ligera, flotante, había vuelto a brillar ante sus ojos, pero había brillado a sus pies un instante, no más que un instante.

Era un rayo de luna, un rayo de luna que penetraba a intervalos por entre la verde bóveda de los árboles cuando el viento movía sus ramas.

Habían pasado algunos años. Manrique, sentado en un sitial junto a la alta chimenea gótica de su castillo, inmóvil casi y con una mirada vaga e inquieta como la de un idiota, apenas prestaba atención ni a las caricias de su madre, ni a los consuelos de sus servidores.

-Tú eres joven, tú eres hermoso -le decía aquélla;- ¿por qué te consumes en la soledad? ¿Por qué no buscas una mujer a quien ames, y que amándote pueda hacerte feliz?

-¡El amor!... El amor es un rayo de luna -murmuraba el joven.

-¿Por qué no despertáis de ese letargo? -le decía uno de sus escuderos;- os vestís de hierro de pies a cabeza, mandáis desplegar al aire vuestro pendón de ricohombre, y marchamos a la guerra: en la guerra se encuentra la gloria.

-¡La gloria!... La gloria es un rayo de luna.

-¿Queréis que os diga una cantiga, la última que ha compuesto mosén Arnaldo, el trovador provenzal?

-¡No! ¡No! -exclamó el joven incorporándose colérico en su sitial-; no quiero nada... es decir, sí quiero... quiero que me dejéis solo... Cantigas... mujeres... glorias... felicidad... mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué?, para encontrar un rayo de luna.

Manrique estaba loco: por lo menos, todo el mundo lo creía así. A mí, por el contrario, se me figuraba que lo que había hecho era recuperar el juicio. "

Porque soy mujer, una raza noble y fuerte. Porque cuando odio, odio con pasión. Porque cuando amo, amo con pasión...

Porque soy mujer, una raza noble y fuerte. Porque cuando odio, odio con pasión. Porque cuando amo, amo con pasión...

Una tarde de cálidos rayos rojos el joven fue a lo alto de un acantilado. Desahogó sus males; allí frente al romper de las rocas deseó morir allí.  La soledad que arrancaba de él su corazón tanto tiempo, sintió como comenzaba a taladrar la última defensa de su dignidad y amor a la vida; esto era; la conjunción del corazón y el pensamiento, a través del corazón el dolor corría a dirigirse a su mente, sus pensamientos, todos sus actos. La soledad estaba con él a cada momento, en lo que comía, el aire que respiraba, todo cuanto hacía; incluso en aquel desolado acantilado desde donde veía a lo lejos la ciudad y la población en las playas. Más de una vez cerró sus pensamientos, los cubrió con tierra y continuaba haciendo sus cosas. Sabía que estaban ahí, pero firmaban un pacto por un tiempo; seguro él que, cuanto más tiempo lo ignorara, más terrible sería el dolor posterior.

Los rayos del sol se le incrustaban a la cara, amarillos y anaranjados, y el viento azotaba todo su cuerpo; en ese momento rugió con más fuerza el céfiro y estimuló sus pensamientos irguiéndose. Ahora sentía como un goteo continuo de náuseas crónicas destilando frustración gota a gota sobre su mente. Se estremeció, y tras pasarse la mano por la cara sufrió escalofríos; el viento comenzaba a enfriarse. Recordaba que cada palabra que pronunciaba le dolía en el pecho, a su familia, a sus amigos…como si ella se escapara en el viento y no llegara a ninguna parte.No lo había dicho a nadie porque nadie le entendería, para muchos él estaba loco, y tenía palabras e historias clavadas en su corazón; conocía cada matiz de los sentimientos, y por tanto sabía desgranar su dolor en numerosas partes, y , el reconocerlas le propinaban un puñetazo de tal magnitud que sentía marearse.

Pensaba en la sensación que causaría si lo decía a alguien. Una sonrisilla torpe, al principio, incomprensión después, pena por último. De todas formas no podían hacer nada, estaba solo. Pero lo horrible de todo era que, carecía de libertad para compartirla con otra persona, aunque quisiera, era como una prisión en vida. Y su mente se lo recordaba a menudo. Por eso y otras cosas mantenía su dolor a escondidas, por nadie era sabido; su gusto por el teatro hacía de él un gran actor, y  reía y gastaba bromas con todos; incluso, el dolor se desvanecía cuando estaba con sus amistades, considerablemente. Y pasaba entonces a ser una mera falta dentro de su corazón “que algún día subsanaría”.Sin embargo, solo y cerrada su habitación, se sentía morir. El peso de las responsabilidades lo pisaba, y no sentía nada bajo él que lo apoyase. ¿Nada?...Nada. Las olas continuaban rompiendo contra las rocas, imperdurables en el infinito. Sintió frío por estar sentado, solo, pero no se arropó. No era el sufrimiento físico lo peor. Sonaban notas tristes en su corazón, una lírica voz femenina arropada por una segunda masculina y el repiqueteo de una guitarra acústica. Ya no sabía describir su dolor.En ese momento no cesó el dolor, sino que cesaron las palabras. No sabía qué mas pensar.Se encontró mirando al horizonte, perdido, casi sollozando. Notó un amago de sus ojos por exhalar el líquido de los lamentos. La cárcel; su cárcel era todo a su alrededor. A lo largo de la vida se le habían inculcado ciertos pensamientos y procedimientos, que, lejos de proporcionar la seguridad de antes, ahora se tornaban en carceleros de su mente y su corazón. Recordando en esto, sintió nuevamente otra embestida de dolor, subió el volumen de su música interior, platillos en la percusión y timbales, la voz se volvía más desgarrada por el dolor; esta vez su corazón se quebrantó, cedió al dolor, y una bocanada de brisa se adueñó de él: era el llanto. Como hadas en un mundo de tinieblas, vinieron a limpiar y a iluminar; poco hicieron, pero allí estaban. Las lágrimas corrían por sus mejillas entre jadeos, entrecortados; su tensión se desvanecía con ellas, que caían cargadas de maldad, la maldad del dolor, que se adueñó antes de tiempo del joven.Sobre la colina, desde arriba incluso se pudo escuchar el terrible grito que exhaló de su corazón. No llegó a ponerse en pie para gritarlo, sino como un perro, en el suelo, chilló. Tras él volvió a sentir como escupía más dolor, como si de una exortización se tratase, por la boca con el grito. Una intensa congelación caliente penetró en su cabeza que, a modo de lazo alrededor de sus sienes se apretó.  Sin embargo no cesó todo ahí, el dolor guardaba más. Por eso era muerte en vida, que asediaba a tanta gente en Occidente. Pero así era, y él no podía olvidar su dolor, un dolor terrible, tan terrible como absurdo, sin sentido, ilógico. Si le preguntaran de qué dolía, no podría responder. Tan sólo podía dar pena…Sabía que había que luchar, revelarse contra lo malo, pero era tan pesado…antaño así lo hizo, se levantó y anduvo. Luchó espada en mano, cortando maleza y continuando. Pero tras la última caída, en el desierto, abandonado de todos, no pudo más. Desplomado, no le quedaban fuerzas. Como el nadador agotado que nada a una isla que nunca se acerca, y es demasiado tarde para volver de donde vino. Sólo queda el oscuro abismo del océano. ¿O no? Como el explorador agotado, sudado y cansado, magullado, que descubre que el fin de la confusa selva de la que esperaba salir, es el desierto, cegador, caluroso, abandonado. Ahora, ¿qué hacer? 

Cayó entonces en un sueño profundo, donde el tiempo, las estrellas, los espacios, las cataratas, las hojas, su familia, el mundo animal, este planeta caía en un mismo alo de luz infinita, en medio de una galaxia, entró en éxtasis mental y oyó. “No llores, no te atormentes. Descansa, ven a mí. Yo te traeré a la paz, al descanso. A un mundo donde no existe el dolor, más que para hacerlo más bello. ¿De qué lloras? Consuélate, seca tus lágrimas. ¿No ves que aquí estoy? No has perdido nada, hay tiempo. Aún hay esperanza. La solución existe, está aquí. Tómala. Yo te daré descanso. Abre los ojos. ¿Qué ves? Te queda una vida por delante. Basta de dolor, eso se acabó. Limpia tu corazón de negro sufrimiento. Yo estoy aquí, sobre mi pecho te tomaré. Descansa. Descansa. En mí hay paz. Estoy aquí. ¿No me ves? Soy la libertad.Descansa. Soy las notas finales, del momento feliz. Come perdices.

¿Escuchas?  Acordes suaves. Acordes de final, de resolución, de fin. Pero son pausados, comunican que todo ha acabado en esperanza. ¿Que no puedes levantarte? No hace falta.Yo soy tu compañera, tu apoyo y guía. ¿Sabes mi función? Si no tienes fuerzas, yo te levanto. No soy muy fuerte, pero sé que viéndome te esforzarás por levantarte. Si no sabes seguir, yo te guiaré. Te diré por dónde ir cuando te pierdas. Cuando desprendas lágrimas por tus mejillas, no las secaré, pues no lloras sin razón. Las besaré; y cuando tus ojos se encuentren con los míos, mi amor te saciará, y comprenderás que mi amor, rodeado tu cuerpo con mis brazos, te basta. Supliré tus dolencias, porque ahí estaré. Y cuando estés triste, y no exhales queja alguna, perdido en un mar de confusión, mi apasionado beso te sacará de él. El olor de mis cabellos despertará al deseo, y la danza de mis manos sobre tu cerviz, también. Pensarás a todas horas en mí, pues sabrás que, pase lo que pase, me tienes a mí, aguardándote.Cuando estés contento, tu gozo lo disfrutaremos juntos, y tú me darás la justa retribución a las atenciones que, por otra parte, te daré sin compromisos.¿Sabes por que?

Porque serás mío. Porque te amo. Porque nuestro amor va más allá de los besos y abrazos. Son caricias, miradas, palabras…silencios. Porque mi amor me otorgará el conocimiento de que, cuando me mires a los ojos, te conozca por entero. También me otorgará el placer de estremecerme cuando me mires con el deseo de un amador. Lo sé, sé que lo serás. Y tú, me corresponderás, como sabes, y como debes. Con iguales atenciones y detalles. Te conozco, corazón herido. Sé que me harás reír, sé que me brindarás  pequeños y dulces regalos cuando menos me lo espere. Que me mirarás cuando no te vea. Que soñarás conmigo, que me asirás por la espalda, y atarás mis brazos a los tuyos, y me fundirás en un beso que hará saltar en mi interior el don del amor. Te sentiré en mí, y viceversa. Porque me amarás como merezco.Y cuando pase el tiempo, mi amor por ti, ese amor profundo, madurará, y seguiré por ti velando.

 Y ¿sabes cómo haré todo esto? Porque soy mujer, una raza noble y fuerte. Porque cuando odio, odio con pasión. Cuando grito, lo hago con pasión. Porque mis metas las hago cumplir, y mis sueños me ayudan a ello…Porque cuando amo, amo con pasión. Porque, por amor, hago barbaridades, y cosas horribles. Pero, por amor, hago servicios y otorgo amor a mi alrededor. Porque soy fuerte.Porque soy mujer; no por ello soy más que tú. Pero soy diferente, e igual. Porque amo la vida. Porque desde que ví la luz  a este mundo, CREO en el poder del amor. Porque fui más madura que tú, cuando tenía tu edad. Porque mi sentido de responsabilidad me hace trabajadora. Porque soy mujer.Ahora, estoy aquí. Ven, toma mi mano, y duerme. Deja de buscar. Aquí estoy.” 

MÁS ALLÁ DEL HORIZONTE

MÁS ALLÁ DEL HORIZONTE


Raudo navega el velero sobre el ancho mar; ondeando sus velas al son de los vientos del sur; el frágil casco que desafía a las aguas y a los luminosos rayos del atardecer, que cargan por el horizonte anaranjados y nostálgicos rememoradotes de antiguas tragedias.

Según cuentan, el esquife partió de un gran puerto, el puerto de Remmon, la capital de una importante isla del Este, y tras hacer una escala en una pequeña isla cercana, comenzó su travesía por mar abierto, solo en la inmensidad de los días, las noches, el mar y los cielos; tan sólo gobernado por un hombre que, atento a la Mayor, observa el horizonte, concentrado en las violetas y pardas nubes del horizonte.

-“Oh, majestad, no digáis eso”.Perdido estoy-le diría meses atrás en el salón Real-por ello debo regresar al bote y a mi soledad, al lugar donde caen las aguas, y se une el principio y el fin.
La corte entera observaba atónita y expectante la situación entre padre e hijo.
“Deseo vuestro permiso, señor, para partir. Y puesto que para vos sería una deshonra el desertar de uno de vuestros capitanes, borrad de las paredes mi nombre, de todas y cada una de las telas; encarcelad a quien pronuncie o cante mi nombre, y que mi apellido se pierda en el olvido…
-No soy nadie, mi rey. Sé que podéis complacerme mi señor, y toda vuestra corte me es testigo. He de marchar-dirigió su mirada a los techos de la sala, recorriendo las paredes, los telares, los jardines colgantes, y finalmente en los cortesanos finalizando en su padre-aunque jamás podré olvidar este palacio, sus espejos, jardines, las bellas mujeres que adornan nuestra ciudad, nuestra famosa biblioteca…ni a vos.
-Desde aquí observo el avituallamiento de mi esquife, señor. No os apenéis. Vuestra sabiduría educará a nuevos y mejores hombres que yo. También criaréis un sucesor…pues no albergo esperanzas de regreso. Seréis siempre un rey digno de mi memoria.

El crujir de los maderos del velero acompasaba los recuerdos del joven príncipe, ya casi adormecido por los recuerdos y mojadas sus mejillas de lágrimas. El dolor era tan profundo. “El dolor de la soledad, madre”-recordó. Los recuerdos enturbiaban su mente y asolaban su herido corazón.

Mecidas por la brisa se mueven las cortinas de seda en la estancia; fresca, agua de colonia impregna las telas y la colchas; el balcón más allá de las finas cortinas da paso a una plácida melancolía tristona, propiciada por una oscura tarde amenazante de lluvia; el reposo asoma a mi corazón cuando mi alegre ángel aparece en la estancia.
Una vez más sus blancos y largos dedos acarician mi rostro, conmigo mirando al balcón; cargado de recuerdos temía herirla, herir su despedida; mas eran tan intensa su mirada…
Sospechaba que se engañaba pensando que yo regresaría algún día. No faltaron palabras de consuelo a mi corazón por mi separación de todo lo que formaba mi vida, palabras y caricias. El desgarro era inminente; sin embargo ella cerró su corazón, su mente y sus oídos a mis palabras que negaban mi regreso por más que intenté decírselo entre efluvios de incienso en mi cabeza; y yo, cedí ante sus cabellos reposando sobre su pecho, sus labios y sus oscuras pupilas. ¡Dulzura humana, colonia de vida, escultura musical y caricia sensual, sedosa forma líquida de pasión! No volveré…
Mas ella no escuchó; se separó de mis brazos y retrocedió a encender nuevamente el incienso apagado, y a regar nuestra rosa de sarón. Sin más se recostó sobre su lecho y cerró los ojos, como si del comienzo de un largo sueño se tratara.

Y desde entonces a menudo ahí la veía, aún cuando las inclemencias de la noche del mar le desvelaban. La veía ahí, recostada sobre su lecho; con los ojos aún dormidos en un eterno dormitar.
Sin embargo el fénix de sus pasiones continuaba ajetreándole el corazón y mordiendo su mente, como una víbora que intenta escapar de su jaula. Sin embargo, pronto llegaría al lugar donde caen las aguas…pronto.

Cobardía o angustia, así solían llamar su acto las gentes tras su marcha; él, el sentir de un morir. El despropósito de una vida en soledad que cada día martiriza al hombre con dolor añadido del paso del tiempo. Una búsqueda. Ansiaba llorar su congoja sobre el fin de las aguas, el fin de la vida, donde el fin de todo podría e él también llevárselo. Por eso decidió navegar al fin de las aguas, al fin del mundo… a su fin.
La desesperación le había conquistado, ésta se adueñó de él al igual que los recuerdos de un amor ahogado en el eterno mar de la muerte; adonde pretendía llegar para intentar recuperarlo o, al menos, encontrar una respuesta. Y, aunque la macabra complacencia de sentirse desgraciado la sentía, en lo más profundo y arraigado de su ser deseaba que alguien lo salvara, que llegara alguien fuerte y salvador y lo rescatara de su pesar y sui agonía.
-CONTINUARÁ…


La pluma olvidada en el curso del tiempo del vuelo del viento

La pluma olvidada en el curso del tiempo del vuelo del viento

   

Era el capitán sin navío. Se sentaba cada día en el puerto, hasta el atardecer, solo y desamparado. Con el recuerdo de días de esperanza en la mente y el sabor de otros labios en los suyos; un amor sin consumar. Su infancia se perdía en el océano de sus recuerdos, y sólo cada día caían al mar sus deseos de un nuevo amanecer.

Tiempo atrás había luchado, y había creído que todo hombre hace siempre realidad sus sueños. ¿Consiste la vida en eso? Trabajaba cada día en su propio navío, con esperanza al principio, que fue soslayada con el paso del tiempo por un deseo irreconocible, un vacío hasta que llegó ella. Sin previo aviso, diseñó los planos más bellos que el jamás vio y con una mirada  fijó el deseo en el joven. Vio cómo su trabajo en el navío avanzaba más aprisa. Incluso ayudó en la construcción del navío de ella, al que él puso todo su empeño en embellecerlo.

Pero todo ahora quedaba atrás. Sobre los maderos del puerto observaba durante días, meses y años a los hombres ir y volver con sus hermosas doncellas, sonrientes ellas tanto como ellos, e iban a servir al amor. A los navíos veía ir todos a la guerra, y volver a algunos de ella. De navegar los mares y disfrutar de la libertad que sólo el amor otorga.

Su navío se hundió en el astillero sin llegar a navegar jamás. Sus amigos le traicionaron. Ella se enteró y le ayudo, y él le mostró que se marcharía lejos. No salió de ella ningún llanto, ni compasión, ni palabras de despedida. Tan sólo un “Aquí te esperaré”; provocando el llanto, ahora sí, de él; y consumaron un emocionante y precursor abrazo.

Un gran mar le separaba de ella y los restos de su navío. Durante oscuras noches volví al antiguo puerto, sin que nadie se percatara, a observar los restos de su navío. Trabajaba de nuevo en él, pero se hundía siempre. Desde entonces no volvió a fletarlo. Sin embargo recordaba aquello que creía olvidado, ese amor infantil lleno de sensaciones y miradas, contracciones de la piel, albor de sonrisa, caricias invisibles, palabras inaudibles.

Pasaban los años y la tranquila existencia del hombre tenía lugar. Tres largos años hacía de aquello, sin embargo no había una sola tarde que fuera al puerto y no se acordara de esto.

Tras e primer derrumbamiento de su navío, cuatro años atrás, intentó hacerlo lo menos aparente posible, alejado, inexistente. Nadie se enteraría jamás de ese error, de lo que sentía.

A ella no le decía nada del navío. Pero ella intuiría más tarde lo que pasaba. Cerró su mente a sus pensamientos, techó su tejado y cerró puertas y ventanas. Hablaba cortésmente con todos.

Por suerte, no llegó a construir los mástiles del navío de ella, ya que si lo hubiera hecho, su barco también habría sido tragado por las aguas. Semanas sin querer trabajar con  ella pasó, para que su barco, en un futuro lejano no se hundiera. Sabia que el casco sufriría desperfectos, y la amaba demasiado para ello. Quiso olvidar eso, y todo alejándose. Ahora esperaba solo en una isla lejana el nuevo amanecer.

Pero esto cambiaría. Algún día volvería y trabajaría en su barco. Lo levantaría y colocaría el velamen. Las velas ondearían al viento y entonces dos popas se verían partir del puerto, hacia el sol, hacia el mar, hacia el horizonte. Algún día. ¿Qué le depararía el futuro? No lo sabía, pero quería, de momento volver a levantar sus mástiles. Cuando eso ocurriera, sería fácil encontrar lo demás-Una vez en el mar, en libertad, hallaría lo que buscaba.

Las pasiones e ideales llenaban su corazón, más era el capitán sin navío, la pluma olvidada en el curso del tiempo del vuelo del viento.